Durante mucho tiempo creí que para ser una buena profesional tenía que estar siempre disponible: para los clientes, para el equipo, para el despacho.
Siempre atenta, siempre presente, siempre resolviendo.
Me parecía parte del compromiso. Parte de lo que se espera. Pero un día me di cuenta de algo que cambió mi manera de estar en el trabajo: el trabajo no se acaba nunca.
Puedes estar 24 horas al día, 7 días a la semana… y siempre habrá algo más por hacer. Siempre.
Entonces entendí que la clave no era “llegar a todo”, sino decidir hasta dónde quiero llegar yo.
Llevaba años sin trabajar los viernes por la tarde. Era una decisión simbólica, pero insuficiente. Mi jornada seguía siendo maratoniana.
En 2022 di un paso más radical: limitar mis horarios de forma real. Elegí trabajar solo de 9 a 5. Jornada intensiva, sin interrupciones, sin excusas.
Y funcionó. El trabajo seguía saliendo. Los clientes lo entendían. Y, lo más importante, yo vivía mejor.
Un año después, reduje aún más: solo atiendo al público de lunes a jueves. Los viernes son para mí.
Para estudiar, pensar, escribir, pasear, respirar. No porque sea un lujo, sino porque también necesito tiempo para ser yo.
Y eso no es negociable.
Descubrí entonces que la sostenibilidad empieza en el calendario.
El horario no es solo una cuestión logística. Es una declaración de principios.
Y fue una de las decisiones más importantes que tomé para poder sostener mi propio cambio.
Creadora del Método CLARO, un programa de transformación para asesorías pequeñas que quieren salir del bucle y volver a disfrutar de su trabajo. Tras rediseñar su propia asesoría desde dentro, ahora acompaña a otros despachos a encontrar un modelo más sostenible, humano y rentable. Cree profundamente que otra forma de ejercer es posible… y desde este diario lo demuestra, artículo a artículo.