Una de las primeras decisiones que tomé tras el revulsivo 2015 fue cambiar el horario. No fue un gesto simbólico. Fue una necesidad.
No por capricho, sino por supervivencia.
Lo primero que hice fue dejar de trabajar los viernes por la tarde. Luego, ajusté toda la jornada del equipo a un horario intensivo: de 9 a 5.
Y finalmente, decidimos que solo atenderíamos al público de lunes a jueves.
Fue un proceso, pero detrás de cada paso había una convicción: esto no puede seguir así.
Y entonces, ¿qué pasó? Lo que suele pasar cuando haces lo que necesitas: nada grave.
Los clientes lo entendieron. El trabajo se organizó mejor. Y nosotros ganamos algo que no se mide en horas ni en euros: vida.
Porque el trabajo ocupa todo el espacio que le dejas. Si trabajas hasta las ocho, se estira hasta las ocho. Pero si pones el límite a las tres, se concentra.
Aprendes a priorizar. A distinguir lo urgente de lo importante. A soltar lo innecesario.
Los viernes, hoy, son para lo que de verdad importa. Para pensar, estudiar, crear. Para trabajar sin interrupciones.
Y también para pasear, respirar, cuidarme. Porque no se puede sostener un despacho si tú estás agotada.
No puedes sostener a nadie si tú estás al borde. Por eso, poner límites no es egoísmo. Es estrategia.
Creadora del Método CLARO, un programa de transformación para asesorías pequeñas que quieren salir del bucle y volver a disfrutar de su trabajo. Tras rediseñar su propia asesoría desde dentro, ahora acompaña a otros despachos a encontrar un modelo más sostenible, humano y rentable. Cree profundamente que otra forma de ejercer es posible… y desde este diario lo demuestra, artículo a artículo.