Durante años trabajé con un cliente que, de alguna manera, formaba parte del alma del despacho. Era uno de esos históricos.
Había sido cliente de mi padre, y eso le daba un peso simbólico que iba más allá de los papeles. Representaba algo así como la continuidad. La herencia profesional. El compromiso con lo que habíamos construido.
También era el cliente que más facturación generaba. Pero no era rentable. Y no me hacía feliz.
Un día, en medio de un momento personal muy difícil, se acercó y me dijo una frase que no he podido olvidar:
“¿Qué me estás aportando para que yo te pague tanto dinero?”
Me quedé helada. No me enfadé. Solo sentí una claridad extraña, como si algo hiciera clic por dentro. Pensé: si después de treinta años trabajando juntos no ves lo que te aportamos, ya no tengo nada más que explicarte. Tú y yo vamos por caminos distintos. Y está bien. Pero yo no voy a seguir sosteniéndolo.
Ese día decidí que no iba a trabajar más para convencer a nadie. Que el valor no se grita ni se ruega. Que se sostiene. Se muestra, se vive y si el otro no lo ve, entonces no es tu cliente.
Cuando este cliente se fue, sentí alivio. Y no solo porque se marchara él, sino porque con él se fue también un modelo que ya no encajaba conmigo.
A veces creemos que perder un gran cliente es una tragedia. Yo descubrí que puede ser una bendición. Ese hueco que queda se convierte en espacio.
Y ese espacio se llena de personas distintas. De clientes que sí están en sintonía, que entienden, que respetan y que valoran.
Ese día confirmé algo que ya venía sintiendo: que quiero relaciones fluidas. No quiero tensiones. No quiero tener que justificarme. Si eso no existe, prefiero no tener la relación.
Creadora del Método CLARO, un programa de transformación para asesorías pequeñas que quieren salir del bucle y volver a disfrutar de su trabajo. Tras rediseñar su propia asesoría desde dentro, ahora acompaña a otros despachos a encontrar un modelo más sostenible, humano y rentable. Cree profundamente que otra forma de ejercer es posible… y desde este diario lo demuestra, artículo a artículo.